dimarts, 18 de març del 2008

Para ser feliz

We do not need much for that
they just want us to believe we do.

Unhappiness of material needs.


Dos hermanos.
No más de seis o siete años.

El niño jugaba con un carro de bebé corroído y destrozado por el tiempo, de aquellos a los que solo les queda la estructura metálica y las ruedas chirriantes.
Lo agarraba fuerte y comenzaba la carrera.
Una vez alcanzada la velocidad de la luz, y con cara de rayo, daba un salto digno de aquellos que están en forma para sobrevivir ante cualquier peligro. Después del esfuerzo disfrutaba de los pocos segundos de inercia y, antes de decepcionarse por baja velocidad, pisaba los frenos y derrapaba ante el nulo asombro de los que estaban demasiados concentrados en la pelota de fútbol.
Y vuelta a empezar.

La niña lo observaba todo con ojos abiertos, de esos en los que te parece que podrían caber todas las estrellas. Habidas... y por haber.
La ropa manchada, como su hermano, y el pelo enmarañado en trenzas que posiblemente el viento y paso del tiempo se entretuvieron en hacer.
Estaba alejada de todos y rehuía de cualquiera que quisiese jugar.

'Molt bé' me dije. 'Vorem ara com sí que saps somriure i espurnejar'
Pensado y hecho.
Estrategia a tomar: esconderse detrás de lo que sea + actuar como que no queremos que nos vea + cara de susto y de timidez cuando, evidentmente, lo hace + caras estrambóticas y graciosas.
La única cosa útil resultó ser un árbol bastante cercano: hierbas y piedrecitas no sirven, y el edificio medio derruido no me pareicó una buena opción.
Resultado: el esperado. Mis niños gitanos saben sacarle provecho hasta a un árbol combinado con mis maniobras sonriseras.

'Neus!!'
'Šta?'
'Pass me the ball please!'
'Sure!'
Y a la que me giro, y mi niña ya no está. La busco impaciente con la mirada... pero es el sonido lo que me llama la atención: su calzado resuena a plástico duro.
Me fijo.
Tacones menudos, que probablemente le sobraron a una de esas muñecas de un metro de largo, acomodadas en la habitación de niñas que a veces se quejan por tenerse que lavar los dientes por la mañana.

Y me quedé pensando, o quizás solo escuchando el plástico sobre la piedra.
Su sencillez sobre mi, y entonces lo entiendo, vanidoso estrés cotidiano.
Su vuelta a allá donde quizás no hay ni luz, sobre mis lamentos por no haberme acordado de la cámara digital.

Y es que, verdaderamente, hacen falta pocas cosas para ser feliz.


Foto (tomada en noviembre 2007): donde todo aconteció el viernes pasado. A la derecha, el edificio medio derruido. A la izquiera el camino de la carrera y derrapes. El tercer árbol empezando desde el final es el de las sonrisas.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Hola Neus, sóc Miguel, el de taekwondo. T'escric perquè m'ha agradat molt aquest text. Només vull dir-te que quan vingues a Castelló em truques i quedem una estona.

Un petonet.